Se acercan los días más patriotas de México, los cuales son el 13, 15 y 16 de septiembre donde mujeres y hombres entregaron sus vidas para que el país tuviera paz y libertad.
Mitos, leyendas y verdades se han apoderado de los personajes que estuvieron en esos días que puede ser catalogados históricos y uno de ellos es el padre de la patria, Miguel Hidalgo y Costilla.
Su vida fue contraste.
Como lo señala Wikiméxico en un texto sobre Hidalgo: “¡Caballeros, somos perdidos; aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines!” fue la frase destructora con la que Hidalgo llamó a sus más cercanos compañeros –Allende, Aldama, Abasolo- a iniciar la lucha por la independencia.
“¡Mueran los gachupines!” Grito desaforado, justiciero, violento. Invitación al pueblo a tomar las armas para conquistar su libertad. Palabras que resumieron el resentimiento generado por siglos de pobreza y desigualdad.
En esta página resalta “sin embargo, la apocalíptica y crítica visión del cura de Dolores -de la cual dieron testimonio Lucas Alamán y José María Luis Mora- se desvaneció con el paso de los años.
Por encima de la violencia irracional del movimiento insurgente de 1810, al “herir de muerte al virreinato” –como señala O’Gorman- la figura de Hidalgo permaneció inmaculada. Sobre los cadáveres de la alhóndiga de Granaditas, los españoles pasados por cuchillo en Guadalajara y el saqueo permitido con toda liberalidad, la historia mexicana levantó la egregia figura del padre de la patria: Miguel Hidalgo.
Además destaca: “el momento en que el cura de Dolores tomó las armas la madrugada del 16 de septiembre de 1810, la fecha se convirtió en el icono de la historia mexicana”.
La figura de Miguel Hidalgo y Costilla no necesitaba de la parafernalia oficialista que por años elevó a sus próceres al altar de la patria. Su imagen se sostiene por sí sola.
La primera parte de la guerra de independencia (1810-1811) estuvo marcada por la improvisación. Hidalgo se dejó llevar por su instinto, apostó a su carisma y a su investidura sacerdotal y logró reunir decenas de miles de hombres, sobre todo de las clases populares. No tenía un plan de guerra claro, en su mente no se dibujaba siquiera una forma de organización política para el movimiento insurgente. Simplemente improvisó y se ganó la confianza del pueblo con una acción que no tenía prevista:
La relación de Hidalgo con Allende y el resto de los oficiales fue por demás tirante. Don Ignacio representaba el orden y la disciplina del ejército. La muchedumbre que seguía al cura desconocía ambos términos. Las primeras batallas ganadas por el ejército insurgente fueron producto de su numeroso contingente y del factor sorpresa que acompañó a los rebeldes en los primeros momentos de la insurrección. Frente a la organización del ejército virreinal, pronto llegaron las derrotas.
Por encima de los demás jefes insurgentes, Hidalgo se ganó la voluntad de su pueblo gracias a métodos poco ortodoxos: permitiendo el saqueo, la rapiña y en ocasiones hasta el asesinato. Fue ungido por los pobres que buscaban reivindicación. El desorden se convirtió en caos y el caos terminó por devorar a los primeros caudillos de la independencia. El propio Hidalgo llegó a reconocer que nunca “pudo sobreponerse a la tempestad que había levantado”.
Hombre de extremos, el cura de Dolores tuvo momentos luminosos como decretar la abolición de la esclavitud y la restitución de tierras durante su estancia en Guadalajara en diciembre de 1810.
Con la violencia desatada, el buen sacerdote enferma de poder y la sinrazón lo toma de rehén. Cuando se percata del camino de sangre que ha dejado a su paso, recupera la razón. Es demasiado tarde, hecho prisionero junto con sus compañeros de armas, es fusilado.
Miguel Hidalgo murió arrepentido de haber llevado la guerra de independencia por los derroteros de la violencia que por momentos pusieron en riesgo el futuro del movimiento insurgente. Reconoció ante sus enemigos haberse “dejado poseer por el frenesí” causando incalculables males.
“Padre de la patria” es un término excesivo bajo cualquier circunstancia. Sin embargo, el cura de Dolores, se ganó un lugar en la historia.