El 2 de noviembre se celebra el Día de los Fieles Difuntos, de acuerdo con la tradición católica.
En el marco de esa fecha, en México se festeja el Día de Muertos, tradición que tiene sus orígenes en el culto a la muerte que se realizaba en la época prehispánica, pero que es resultado de una mezcla de culturas.
Durante la época prehispánica, la festividad del Día de Muertos se conmemoraba en el noveno mes del calendario solar, el cual iniciaba en agosto. El festejo duraba todo un mes.
La mayoría de los especialistas señalan que el origen del Día de Muertos se remonta a la creencia de los antiguos mexicanos de que la muerte era el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, es decir el reino de los muertos o inframundo.
El viaje al Mictlán duraba cuatro días, tras los cuales los viajeros llegaban ante Mictlantecuhtli (El Señor de los muertos) a quien le ofrecían obsequios.
En la época prehispánica no se realizaban altares u ofrendas como los que conocemos actualmente y que forman parte del festejo del Día de Muertos.
Las ofrendas formaban parte más bien del rito funerario; es decir, no se colocaban en una fecha especial después de la muerte de la persona, sino formaban parte de su entierro.
El difunto era enterrado con joyas y ropajes, con vasijas con alimentos, agua, y otros elementos que podrían servirle al ánima en su camino al Mictlán.
En 2003, la UNESCO consideró al Día de Muertos como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
Aunque se considera que el 2 de noviembre es el festejo principal del Día de Muertos, el 1 de noviembre se conmemora Todos Santos y se acostumbra a recordar a los niños difuntos.
Y el 28 de octubre se recuerda a las personas que perdieron la vida de manera violenta; ya sea en un accidente o asesinados. Mientras que el 30 y 31 se hace lo propio con los niños que murieron sin ser bautizados.
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